Cuando pensaba como plantearles el tema de la enseñanza de la lengua a cincuenta años de nuestra primera relación en la Escuela Normal de la calle Brown, sentí la necesidad de elegir las palabras -unas pocas alcanzarían para comunicarnos- pero, ¡cuáles eran?
Esta misma pregunta me hice ante un curso lleno de curiosos ojos hace cincuenta años y yo frente a ellos buscando las palabras para explicar como enseñar el estudio de nuestra lengua.
Se trata de aquellas palabras que se imponen o se hacen sentir en el lugar en que están escritas y nosotros las debemos comprender, interpretar, hacerles un lugar en la memoria para darles su significación justa, propia. Me refiero a las palabras que dice y yo debo comprender el decir. También es la razón por la cual todo libro tiene su lector, aquel que lo descifra, se mete en él y lo lee. Las palabras leídas toman una imagen que es comprendida, desentrañada en su significación. Esta es la razón por la que leemos con los ojos el cuerpo esquelético de un niño desnutrido o con el olfato el perfume de una rosa..
El programa del estudio de la lengua había empezado con todos los interrogantes que se planteaban, no se trataba solo de preparar una clase sino de vincular la teoría a una práctica viviente que estableciera un equilibrio entre tradición e innovación. Única forma en que nuestra lengua nos permitiera encarar la sociedad que nos esperaba y requería nuestra participación comprometida con ella.
El uso de la palabra llevaba consigo el uso de la libertad y los estudiantes estaban vinculados a la gestión cultural, inmersos en los problemas de la enseñanza participando con inquietud para lograr soluciones.
Así empezábamos a trabajar, yo a preguntarme cuales eran los caminos metodológicos de esta enseñanza y los alumnos participando para discutir los problemas y encontrar soluciones.
Recuerdo claramente el día que llegué: un curso lleno de caras jóvenes cuyos ojos grandes de mirada fija esperaban atentos mis primeras palabras. Pero no se trataba sólo de estudiar, preparar una clase, sino de vincular una teoría a una práctica viviente que estableciera un equilibrio entre tradición e innovación y tratara de obtener del idioma una reflexión imprescindible para encarar la sociedad que se nos presentaba y requería nuestra participación comprometida.
El uso de la palabra lleva consigo concretamente el uso de la libertad y los estudiantes estaban vinculados con la gestión cultural, inmersos en ella.
¿En qué medida se debe acordar la significación de la palabra para que nos comunique su actitud intelectual sincera y crítica y pueda expresar ignorancias y dudas para lograr el equilibrio entre innovación y tradición?. Recién cuando ubicamos la palabra y la valoramos podremos elegir métodos para enseñar.
Se trata de una actividad nueva e imprevista con rechazo a lo sistémico y con el deseo de descubrir posibilidades de aprendizaje en otros niveles del lenguaje, el televisivo por ejemplo.
Estos alumnos, me es grato recordarlo, destapaban la realidad y gracias a esta inquietud descubrían vivencias positivas. Solíamos tener conversaciones duras pero sinceras que sacaban a flote actitudes autoritarias en nombre de la educación.
Ustedes saben que las amistades de los dieciséis o diecisiete años son las que dejan marcas más profundas en la vida. Aquí en la práctica, el curso aunaba sus esfuerzos para plantear los problemas educativos que vivían. Entonces los libros y el estudio se convertían en una llave para abrir puertas que nos llevaran a una realidad social donde vivíamos.
A cincuenta años de aquellos en que nos conocimos, ahora aquí en la Escuela Normal Vicente Fatone ¿Qué quiero y qué puedo decirles a ustedes, hoy colegas?. Los que no pasaron enseñando, enseñaron en la vida, porque de eso se trata. La reflexión y búsqueda metodológica, la aplicación en el discurrir de sus vidas.
Quiero recordar aquello que decía Mallarmé : “Los libros serán páginas sueltas dotados de un atributo que nunca soñé EL MOVIMIENTO. Páginas móviles, en las que aparece un texto móvil. Espacio que trascurre TIEMPO “
Esta misma pregunta me hice ante un curso lleno de curiosos ojos hace cincuenta años y yo frente a ellos buscando las palabras para explicar como enseñar el estudio de nuestra lengua.
Se trata de aquellas palabras que se imponen o se hacen sentir en el lugar en que están escritas y nosotros las debemos comprender, interpretar, hacerles un lugar en la memoria para darles su significación justa, propia. Me refiero a las palabras que dice y yo debo comprender el decir. También es la razón por la cual todo libro tiene su lector, aquel que lo descifra, se mete en él y lo lee. Las palabras leídas toman una imagen que es comprendida, desentrañada en su significación. Esta es la razón por la que leemos con los ojos el cuerpo esquelético de un niño desnutrido o con el olfato el perfume de una rosa..
El programa del estudio de la lengua había empezado con todos los interrogantes que se planteaban, no se trataba solo de preparar una clase sino de vincular la teoría a una práctica viviente que estableciera un equilibrio entre tradición e innovación. Única forma en que nuestra lengua nos permitiera encarar la sociedad que nos esperaba y requería nuestra participación comprometida con ella.
El uso de la palabra llevaba consigo el uso de la libertad y los estudiantes estaban vinculados a la gestión cultural, inmersos en los problemas de la enseñanza participando con inquietud para lograr soluciones.
Así empezábamos a trabajar, yo a preguntarme cuales eran los caminos metodológicos de esta enseñanza y los alumnos participando para discutir los problemas y encontrar soluciones.
Recuerdo claramente el día que llegué: un curso lleno de caras jóvenes cuyos ojos grandes de mirada fija esperaban atentos mis primeras palabras. Pero no se trataba sólo de estudiar, preparar una clase, sino de vincular una teoría a una práctica viviente que estableciera un equilibrio entre tradición e innovación y tratara de obtener del idioma una reflexión imprescindible para encarar la sociedad que se nos presentaba y requería nuestra participación comprometida.
El uso de la palabra lleva consigo concretamente el uso de la libertad y los estudiantes estaban vinculados con la gestión cultural, inmersos en ella.
¿En qué medida se debe acordar la significación de la palabra para que nos comunique su actitud intelectual sincera y crítica y pueda expresar ignorancias y dudas para lograr el equilibrio entre innovación y tradición?. Recién cuando ubicamos la palabra y la valoramos podremos elegir métodos para enseñar.
Se trata de una actividad nueva e imprevista con rechazo a lo sistémico y con el deseo de descubrir posibilidades de aprendizaje en otros niveles del lenguaje, el televisivo por ejemplo.
Estos alumnos, me es grato recordarlo, destapaban la realidad y gracias a esta inquietud descubrían vivencias positivas. Solíamos tener conversaciones duras pero sinceras que sacaban a flote actitudes autoritarias en nombre de la educación.
Ustedes saben que las amistades de los dieciséis o diecisiete años son las que dejan marcas más profundas en la vida. Aquí en la práctica, el curso aunaba sus esfuerzos para plantear los problemas educativos que vivían. Entonces los libros y el estudio se convertían en una llave para abrir puertas que nos llevaran a una realidad social donde vivíamos.
A cincuenta años de aquellos en que nos conocimos, ahora aquí en la Escuela Normal Vicente Fatone ¿Qué quiero y qué puedo decirles a ustedes, hoy colegas?. Los que no pasaron enseñando, enseñaron en la vida, porque de eso se trata. La reflexión y búsqueda metodológica, la aplicación en el discurrir de sus vidas.
Quiero recordar aquello que decía Mallarmé : “Los libros serán páginas sueltas dotados de un atributo que nunca soñé EL MOVIMIENTO. Páginas móviles, en las que aparece un texto móvil. Espacio que trascurre TIEMPO “
18-11-2010
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