En este país nadie toma mate porque tenga sed. Es más bien una costumbre, como rascarse. Cuando llega alguien a tu casa la primera frase es 'hola' y la segunda: '¿unos mates?'. Esto pasa en todas las casas. Es lo único que comparten los padres y los hijos sin discutir ni echarse en cara.
Cuando tenés un hijo, le empezás a dar mate cuando te pide. Se lo das tibiecito, con mucha azúcar, y se sienten grandes. Sentís un orgullo enorme cuando un chiquito de tu sangre empieza a chupar mate. Se te sale el corazón del cuerpo.
Acá empezamos a ser grandes el día que tenemos la necesidad de tomar por primera vez unos mates, solos. No es casualidad. No es porque sí. El día que un chico pone la pava al fuego y toma su primer mate sin que haya nadie en casa, en ese minuto, es que ha descubierto que tiene alma.
El sencillo mate es nada más y nada menos que una demostración de valores...
Es la solidaridad de bancar esos mates lavados porque la charla es buena. Es querible la compañía. Es el respeto por los tiempos para hablar y escuchar, vos hablas mientras el otro toma y es la sinceridad para decir: ¡Basta, cambiá la yerba!'.
Es la actitud ética, franca y leal de encontrarse sin mayores pretensiones que compartir.
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